Cien años de soledad es la novela más importante dentro del movimiento literario sudamericano de principios de siglo XX llamado realismo mágico o Boom de la Literatura Sudamericana en los libros de Lengua. Escrita por el periodista colombiano Gabriel García Márquez y publicada en 1967 en Buenos Aires, narra la trágica historia de la familia Buendía durante más de cien años, como su propio título nos indica.

El estilo que demuestra García Márquez en esta obra es maestro. A los cambios de ritmo en la velocidad de la crónica le añade verbos de acción y adjetivos -más explicativos y epítetos que especificativos- para ir describiendo mientras narra. Recurre indistintamente al realismo más desagradable y a la pura fantasía de la magia, combinados a través de un narrador omnisciente pero que finge ser testigo los hechos ocurridos entre la segunda mitad de siglo XIX y la primera del XX en el ficticio pueblo de la selva colombiana al que llama Macondo.

Soledad MárquezComo todas las ciudades importantes de la Historia, Macondo, “el pueblo de los espejos”, será soñado por su fundador y el cabeza de familia, José Arcadio Buendía, tras haberse marchado de la metrópoli Riohacha con su esposa Úrsula. A lo largo de la historia se demuestra que ella es el pilar de su familia, que el escritor concibe como un matriarcado. Úrsula alcanzará más de ciento quince años de edad y no morirá hasta el penúltimo capítulo.

El pueblo, a medida que va transcurriendo la novela, irá sufriendo una transformación en metrópoli para acabar arrasado por un viento y desparece junto al último de la dinastía Buendía, Aureliano Babilonia.

En esta extensa novela, que García Márquez usa como cajón de sastre dada su magnitud, cabe de todo: referencias bíblicas, una parte autobiográfica del autor -se incluye a sí mismo como amigo del último Aureliano y a su mujer como la boticaria del pueblo- y denuncias reales contra abusos del gobierno colombiano.

Entre las referencias bíblicas podemos encontrar la Asunción de la Virgen María en figura de Remedios la bella, otro miembro de la familia; el Éxodo de los hebreos, manifestado en el camino para fundar la ciudad; el Apocalipsis, con el viento que acaba por arrasar Macondo; el Diluvio Universal o la aparición del judío errante, descrito según García Márquez, como un sátiro con alas cortadas al que se le culpó de fenómenos paranormales del pueblo. Este personaje aparece en muchas obras de la literatura occidental-cristiana y se le culpa de burlarse de Jesús, el cual le puso la condena de vagar hasta la eternidad.

Además la obra es una crítica a la industrialización, el capitalismo, la comunicación global y la guerra. A comienzos de la novela los habitantes se vanaglorian de no haber tenido muertos en Macondo y de vivir en paz con normas consuetudinarias que no obedecen ni a la Iglesia ni al Estado, hasta que aparecen las elecciones.

“En cierta ocasión en que el padre Nicanor llevó al castaño un tablero y una caja de fichas para invitarlo a jugar a las damas, José Arcadio no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios”

En estas elecciones se produce un pucherazo conservador por parte del suegro de Aureliano (don Apolinar Moscote):

“Obligó a sus discípulos a votar para convencerlos de que las elecciones eran una farsa

<<Lo único eficaz es la violencia>>”

La contraofensiva la iniciará primero el doctor Noguera y después el hijo de José Arcadio, el coronel Aureliano Buendía:

“El doctor Noguera era un místico del atentado personal. Su sistema se reducía a coordinar una serie de acciones individuales que en un golpe maestro de alcance nacional liquidara a los funcionarios del régimen con sus respectivas familias, sobre todo a los niños, para exterminar el conservatismo de semilla”

De esta manera García Márquez denuncia tanto a conservadores como a liberales por ejercer su poder por medio de las armas. El sobrino de Aureliano, Arcadio, el hijo bastardo de José Arcadio con Pilar Ternera, se convertirá en el dictador del pueblo tras la marcha del coronel.

Pilar Ternera es otra de las figuras claves de la obra: es la única que sobrevive a Úrsula, su competidora, es regente de un prostíbulo y es el personaje-símbolo del amor carnal. Como vemos, el escritor hace recaer casi todo el peso de la obra en las féminas.

La industrialización y las comunicaciones provocan que las grandes empresas lleguen al pueblo y aparezca el conflicto entre empresarios y trabajadores. La Masacre de las bananeras (hecho real) fue un atentado gubernamental perpetrado por la influencia de la United Fruit Company en el gobierno. Se saldó con más de tres mil muertos inocentes que protestaban por sus derechos y José Arcadio Segundo, hermano gemelo de Aureliano Segundo y Buendía de tercera generación, la vivió en sus carnes y fue su único superviviente. El registro que los militares hacen de la casa para atraparlo, cuando estaba estaba escondido en la habitación de Melquíades también es mágico, como todo lo relacionado con este mítico gitano:

“Pero la noche en que los militares lo miraron sin verlo, mientras pensaba en la tensión de los últimos meses, en la miseria de la cárcel, en el pánico de la estación y en el tren cargado de muertos, José Arcadio Segundo llegó a la conclusión de que el coronel Aureliano Buendía no fue más que un farsante o un imbécil. No entendía que hubiera necesitado tantas palabras para explicar lo que se sentía en una guerra si con una bastaba: miedo”

En definitiva, el odio a la guerra, su pacifismo, lo demustra García Márquez a lo largo de todo el libro con pasajes como este, donde ambos militares referentes del partido liberal se cuestionan el sentido de la guerra:

“-Dime una cosa compadre: ¿por qué estás peleando?

  • Por qué ha de ser, compadre. Por el gran partido liberal.
  • Dichoso tú que lo sabes. Yo por mi parte, apenas ahora me doy cuenta de que estoy peleando por orgullo.
  • Eso es malo -dijo el coronel Gerineldo Márquez

Al coronel Aureliano Buendía le divirtió su alarma. <<Naturalmente -dijo-. Pero en todo caso, es mejor que eso, que no saber por qué se pelea, o que pelear por algo que no significa nada para nadie>>”

El resto de los personajes sin mencionar, todos redondos por la extensión de la novela, también sufren de soledad y pasan su vida, como diría Úrsula, “haciendo para deshacer”, dedicados a sus trabajos como único alivio para la calma de su espíritu.

A Amaranta, virgen hasta su muerte por un desengaño amoroso en su juventud que le valió la enemistad con su hermana Rebeca, la muerte le dijo que le tejiera la mortaja a Rebeca:

“…porque Amaranta se había hecho a la idea de que se podía reparar una vida de mezquindad con un último favor al mundo, y pensó que ninguno era mejor que llevarles cartas a los muertos”

Los médicos invisibles (antiguos espíritus sudamericanos legendarios) le ponen pesarios a Fernanda, la protagonista que menos simpatías levantaba en la familia, para corregir el descendimiento de su útero, pero la enfermedad es equívoca por el miedo de Fernanda a “llamar las cosas por su nombre” incluso en el caso de los médicos invisibles. En la página 260 explota y es la intervención más larga en estilo directo del libro, de casi dos páginas de quejas en monólogo que le valió para sacar de su ensimismamiento a su marido, Aureliano Segundo y que este fuera a comprar comida, agotados los alimentos, durante la lluvia.

Meme, su hija, fue encerrada en un convento por orden de Fernanda. No conoció a su hijo y perdió el habla hasta su muerte. Mauricio Babilonia se llamaba el amante de las mariposas amarillas con el que tuvo el hijo fuera del matrimonio, quien será Aureliano Babilonia.

El padre de Meme es Aureliano Segundo y nunca estuvo enamorado de su mujer, sino de una concubina llamada Petra Cotes:

“Petra Cotes, por su parte, lo iba queriendo más a medida que sentía aumentar su cariño, y fue así cómo en la plenitud del otoño volvió a creer en la superstición juvenil de que la pobreza es una servidumbre del amor”

Los gemelos mueren a la vez, siendo parecidos sólo en la adolescencia y en la vejez. Como muestra de lo fiestero que era, los amigos de Aureliano Segundo pusieron en su corona mortuoria su frase “Apártense vacas que la vida es corta”.

De esta manera llegamos a la conclusión de que los grandes temas de la obra son el amor y la ausencia de él, la soledad. La familia Buendía está condenada a no poder amar a su pareja, a menos que esta sea de su misma familia. Como en Cien años de soledad, Gabriel García Márquez nos muestra en su obra que el motor de la civilización no es otro que el amor y lo que genera, en este caso, soledad:

“Taciturno, silencioso, insensible al nuevo soplo de vitalidad que estremecía la casa, el coronel Aureliano Buendía apenas si comprendió el secreto de que una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”

La historia de la familia estaba escrita en sánscrito en forma de profecías, la lengua materna del gitano Melquíades, en un mismo tiempo e imposible de descifrar, excepto para Aureliano Buendía el pequeño, Aureliano Babilonia desde entonces, quien incluso descubrió quiénes eran sus padres en los pergaminos. La profecía termina haciendo referencia a José Arcadio y al hijo de Aureliano Babilonia:

El primero de la estirpe está amarrado a un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas

Aureliano Babilonia fue el que tuvo relación incestuosa con su tía Amaranta Úrsula y disfrutó del amor mientras pudo, pero entre ambos concibieron el hijo que Úrsula, cien años antes y con el primer incesto de por medio -pues era prima de José Arcadio-, temía: un niño con cola de cerdo.

Para finalizar, desde el punto de vista periodístico, el escritor comienza cada capítulo con un lead que adelanta acontecimientos, una técnica con la que crea el interés en la historia de forma parecida a esta:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar…”

Y, como última cita, adjunto el pasaje donde García Márquez reconoce su amor por la literatura y donde reconocemos su arte en la escritura de crónicas novelísticas. Un personaje secundario se niega a partir de viaje en tren sin sus libros en la mano para poder cuidarlos:

“En cambio, no hubo poder humano capaz de persuadirlo de que no se llevara los tres cajones cuando volvió a su aldea natal, y se soltó en improperios cartagineses contra los inspectores del ferrocarril que trataban de mandarlos como carga, hasta que consiguió quedarse con ellos en el vagón de pasajeros

<<El mundo habrá acabado de joderse -dijo entonces- el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga>>”