Hay quien liga el liberalismo a la democracia. Hay quien liga la libertad de expresión a la democracia. Pues bien, mientras esos dos conceptos acaparan cada vez más el día a día del mundo en el que vivimos, la democracia se muere.
Hace dos días, el 12 de junio, el gobierno griego cerró su cadena de radiotelevisión pública, la ERT, por exigencias económicas. La deuda que acumula el país y la crisis que lo atraviesa, han provocado la muerte del periodismo de todos los ciudadanos por imposición de la Unión Europea. Por no ser solventes y por no ser rentables, han destruido la democracia.
Este es un tema que, a buen seguro, trataría Iñaki Gabilondo en El fin de una época. En su libro, escrito como un ensayo –y por tanto, con un estilo distinto al periodístico, con párrafos más largos y llenos de subordinadas- analiza los problemas del periodismo actual, del que se desmarca por no sentirse ya parte de esta generación.
Gabilondo, nacido en los 40 y que comenzó a trabajar en los 60, confiesa que ha visto su vida profesional pasar por delante de manera homogénea en el continente del periodismo -centrado en el poder de prensa, radio y luego televisión- y heterogénea en el contenido: el movimiento hippie contra la guerra de Vietnam, la salida de la dictadura, la Transición y, por último, el actual período democrático más largo de la Historia de España. El fin de su carrera llega y la dedica al fomento de aquel oficio <<del que todos se ríen>>.
Para el estudiante de Periodismo que lea este libro dice poco o nada nuevo: el paro, la intrusión laboral, la crisis de la investigación o el periodismo de gabinete son temas de los que hablamos a diario profesores y alumnos de la Facultad de Comunicación. Sin embargo, para el consumidor de prensa menos crítico, el panorama está pintado a la perfección.
El primer problema que nos encontramos es el consabido:
“Por cada puesto de trabajo que se ocupa en una empresa hay doscientos candidatos”
Pero Gabilondo nos descubre, por si fuera poco, otros diferentes que se deducen de distintos teoremas periodísticos del siglo XX tales como la Teoría del Gatekeeper, la Agenda Setting o la Teoría del Simulacro. Esta última la menciona exactamente así:
“Los fabricantes de noticias que así lo han asimilado se han convertido en verdaderos expertos en fabricación de espejismos, con lo cual muchas veces la información es una virtuosa y filigranera técnica de difusión de espejismos para distintos tipos de seducciones: para conquistar tu voto, tu voluntad o para conquistar tu dinero”
Sustituir la palabra “simulacro” por “espejismos” es, en este caso, aceptar que el ciudadano ve que pasa lo que pasa en el mundo con una cámara determinada que determina también lo que ve. Lo enfocado es un simulacro de “lo real”, alterado por unos intereses comerciales que deforman esta realidad según técnicas de difusión poco éticas para el ejercicio de la profesión. El engaño se produce publicitando, no informando.
El periodismo no es otra cosa que ética o deontología. El pueblo cede una soberanía al Estado que es vigilada por el cuarto poder. Sin este cuarto poder de oficio, público, gratis y sin intereses comerciales, la democracia no es tal cosa, de la misma manera que un periodista sin ética no pertenece al cuarto poder. Pertenece a otra religión, a la del dinero, y no a la de las personas.
Esta religión de las personas ha sido confundida, dice, de manera involuntaria, por la religión de las instituciones. El lenguaje posee una alteridad –para con alter, el otro- que ha sido sustituida por la defensa de las ideologías políticas y de las instituciones en detrimento del interés del ciudadano de a pie. Si unimos esta confusión a la confusión del protagonista, que es el que mete el gol, no el que narra el gol, tenemos una dura crítica hecha a personas con nombres y apellidos. Sin problema menciona Gabilondo en este punto a Luis del Olmo, Pedro J. Ramírez, Carlos Herrera o a Federico Jiménez Losantos.
Estos periodistas-estrella, tanto o menos que él, han contribuido a que el ciudadano, siempre según Gabilondo, sea
“Aquel que acude al periodismo para confirmar sus propios puntos de vista”
Siendo meros consumidores de información acrítica, fiándose de una marca que les gusta, sobre todo en la prensa escrita por suscripción, se comportan como si “conocieran”, siendo simplemente informados. La marca de su información es la marca de su droga.
La falta de contexto será cada vez más un problema, saber qué pasa en Turquía y no saber por qué, ni qué pasaba antes ni si eso es normal. El contexto, dada la baja calidad que nos da el nuevo periodismo de la inmediatez en twitter, tiene que crearlo el ciudadano.
El futuro de la calidad de información contrastada, confrontada y crítica se ve amenazado más aún por la inmediatez de la prensa en internet:
“Dado que la sociedad no tiene tiempo, los periodistas ofrecen informaciones muy resumidas. Y de ese modo se va amplificando y reproduciendo, en un movimiento circular, el problema de la escasez de tiempo, que va ligado a la necesidad de que todo sea más exagerado, más inmediato, más puntiagudo y más preciso: grandes titulares, detalles muy concretos –a ser posible con un culpable o un triunfador con nombre y apellidos-, algo que se pueda digerir pronto y repercuta mucho”
Explica además que Libertad de Expresión no es igual ni a periodismo ni a democracia. La expresión es un derecho que debe ejercerse por una causa que no sea la audiencia. Él mismo vio cómo cerraban CNN + en España para poner un Gran Hermano 24 horas. Son libres de hacerlo, tendrán más audiencias, pero esa no es la religión del periodismo.
“Me temo que el periodismo corre un cierto peligro, si bien éste es un juicio que conlleva el riesgo de la perspectiva: todas las personas mayores, y yo lo soy, siempre han creído que el mundo se moría al ver que el suyo se estaba extinguiendo, y lo cierto es que el mundo no se muere; sólo se muere tu mundo. De modo que cuando necesito ser optimista, tiendo a pensar que mis pesimismos forman parte únicamente de mí y que no pertenecen al terreno de la realidad (…) Cuando quiero alentarme pienso que quizá soy yo quien no logra encontrar soluciones”
Hace poco escribí que el periodismo es incompatible con el optimismo. Hoy, Iñaki Gabilondo me ha quitado la razón a través de un libro. No habrá fin del periodismo sin fin de la democracia y viceversa. Habrá que ser optimistas.